Tuesday, February 18, 2014

Prisión de cenizas



Hace no mucho tiempo existió un reino de fuego cubierto por una enorme nube de sus propias cenizas. El reino ardía con pasión y se dice que era gobernado por fantasmas titánicos de eras que ya habían sido. 

Entre los hombres y mujeres que habitaban el reino existía, por supuesto, una reina y ella tenía dos hijos, dos herederos pero ella no sabía que era reina y sus hijos pues no sabían que eran herederos; no los culpo ni los señalo, yo tampoco lo sabía.

Tantos años sin poder vernos los uno a los otros, sumergidos en el océano negro de cenizas, de mentiras, de proyectos en llamas. Tantos años moviéndonos entre las sombras con nuestros camuflajes de ramas secas. Tantos años…

Aquel día, como de costumbre salí de mi humilde casa para intentar atrapar alguna alimaña que sirviera de cena para mí y para los míos. Sé que fue un poco imprudente de mi parte pues los caminantes sin sentido de lengua larga y ojos inexistente andaban por los caminos devorando a los niños con sus sueños; y los gigantes pisoteaban con fuerza los restos de las aldeas; y los demonios andaban sueltos entre risas y llanto incendiando cada vez más al reino de fuego.

Fue entonces cuando sucedió.

Una silueta emergió de la oscuridad, su silueta se dibujo irónicamente sobre el lienzo negro que era nuestro aire y empezó a caminar hacia los peligros.

No podía entender lo que sucedía pues el hombre – a diferencia de todos nosotros – ya no tenía su camuflaje de ramas secas. Caminó paso a paso junto a los caminantes de lenguas largas y ojos inexistentes, juntos a los gigantes, junto a los demonios y fue encarcelado en la prisión más tétrica pero justo entonces un rayo de luz blanca cruzó como relámpago de tormenta los caminos y las veredas. La luz era bonita, era constante y baño todo y a todos.

Nuestro camuflaje era inútil ya pues el rayo ponía al descubierto tanto nuestros cuerpos como a nuestras ideas.

Empecé a caminar.

Todos empezamos a caminar.

Pasamos por encima de las rocas del pasado, cruzamos los ríos de sangre y escalamos la montaña de todas las mentiras. ¡Cuál sería mi sorpresa al encontrar a este hombre sentado, tranquilo como si hubiese sabido lo que estaba haciendo! Como si de hecho nos hubiese estado esperando.  

Le di las gracias, me acerqué y le susurré al oído la verdad que él sabía y que ahora era evidente.
“Esta prisión tuya no está hecha de otra cosa más que de cenizas…”   

Abrí los ojos.

Su voz sonaba con fuerza. El video estaba siendo reproducido en la habitación de al lado. Era la voz de “El valiente” como me gusta llamarlo, alentándonos a seguir caminando, a seguir su rastro, a seguir su ejemplo y a detener el incendio que cubre a este reino
que llamamos nuestro hogar.


Un humilde homenaje a un verdadero héroe, Leopoldo López.