Friday, March 25, 2011

El último castillo


¿Quién soy? ¿Por qué estoy aquí?

No puedo recordar cómo llegué a este lugar, nadie puede guiarme, sólo yo tengo la razón. Si escuchas este relato, ten cuidado, tal vez estás aquí conmigo, tal vez estás en el último castillo

Camino hora tras hora, día tras día en esta amplia oscuridad que me rodea, no entiendo por qué lo hago, lo único que sé es que yerro sobre estas tierras olvidadas por Dios desde hace… bueno, no puedo recordarlo, pero soy feliz, no hay luz, no hay vida, sólo existe la oscuridad.

No puedo pensar puesto que, si pienso, los grandes bloques de metal caen sobre mí. No puedo soñar puesto que si sueño, monstruos de la inseguridad invadirían mi ser llenándolo de tormentos horribles que no podría controlar. No puedo ver hacia arriba puesto que el sol, que ya no existe, me quemaría los ojos, y si te preguntas ¿Cómo un sol que no existe puede quemar algo? Pues yo tampoco lo sé, pero sé que tengo miedo, mucho, mucho miedo.

A decir verdad esta oscuridad no es una creación de Dios. Fui yo mismo quien le dio vida al vacío, a la desesperación. Tal vez me llamo Robert, tal vez me llamo Elí, ¿quién sabe? Pero estás a punto de escuchar mi historia y ten cuidado, aunque la ignorancia puede llevarte a la felicidad también puede abandonarte en la perenne oscuridad de lo que pudo haber sido.

Debo hablar rápido ya que los pensamientos se alejan de mí; la vida era tranquila al principio, cuando todas las criaturas eran cuadrúpedas, la imaginación volaba sin preocupaciones y la alegría se encontraba por doquier, no puedo pensar en una época más feliz. El tiempo, quién solía ser mi amigo fue alejándose, advirtiendo que una tormenta se aproximaba, en verdad, te confieso, nunca quise prestarle atención, nunca me agradó demasiado.

Ya bípedos, los seres que habitaban mi dimensión empezaron a entristecerse de manera increíble, sombras caían a mí alrededor y lo único que quedaba era la voluntad, la vocación. Entonces surgió la responsabilidad que nunca había tenido, la de avanzar por mí mismo.

No había rumbo, todo parecía salir mal y aún así nadie podía ayudarme, todos estabas muriendo. Entonces di con una solución milagrosa, eran bloques macizos de metal, decidí llamarlos “paradigmas”.

Entendí claramente que la única forma de escapar de ese espacio tan atroz y vil era construyendo mi propio universo, y así lo hice. Los bloques eran dóciles, nunca trataron de hacerme daño, después de todo ellos eran mi boleto de salida a mi propio mundo. Uno a uno fui colocándolos en un círculo perfecto y, ubicado en el medio del mismo dije: “hágase la luz” y la luz se hizo, no podía creer que al fin tenía razón, no había nada complejo, ya no sentía miedo así que decidí seguir construyendo la dimensión que hoy es mía y lo será por siempre.

Levanté poco a poco una fortaleza impenetrable de paradigmas, la luz ya era escaza por la altura de aquella estructura magnífica, podía escuchar los ríos de mis pensamientos, las junglas de mis ideas, podía sentir el aroma de los rosales de mi subjetividad y sentir la brisa de los comentarios que jamás serían contradichos.

Era el esplendor de mi propio castillo, donde era yo monarca y vasallo. Debo admitir que antes de colocar el último bloque sentí angustia, pero ¿qué podía salir mal? Era mi propio universo el que estaba a punto de terminar de construir, ¿quién necesita la luz? ¿Quién necesita ser debatido? Así que puse el último bloque y la luz desapareció para siempre.

Ahora merodeo, con mi bastón de las eras por los pasillos interminables de este castillo buscando un sitio donde morir tranquilo, buscando las rosas que ya podridas deben estar, esperando sentir la brisa pasando por mi arcaico rostro. Ya no puedo soñar, ya no puedo vivir, y todo gracias este maldito castillo, a esta tortura que yo mismo creé.

No puedo recordar cómo llegué a este lugar, nadie puede guiarme, sólo yo tengo la razón.