Saturday, September 28, 2013

Luz roja


Nunca aceleres cuando esté húmedo el pavimento – me decía ella. Nunca le presté atención.

Aquella noche recuerdo cada uno de los pequeños sonidos que formaban parte de la vida de mi automóvil. El motor rugía con fuerza, el parabrisas barría despiadadamente el agua que chocaba furiosa contra él y mis manos temblaban como nunca antes, la vía era oscura, mi vida estaba en peligro.

-Toda acción genera una reacción, ¿no es así?  -  

Fue entonces cuando me percaté de que la gasolina estaba por acabarse, la luz naranja se encendió poco antes de empezar este relato, mi corazón latía con fuerza. Quedarse varado en esta ciudad de asesinos y ladrones definitivamente no era una opción, tenía que reparar el más grande error de todos mis descuidos.

La noche era inclemente, no sólo e presentaba ante mí como una total desconocida sumergida en la oscuridad absoluta de u naturaleza, sino que también posaba de la manera más seductora que puede existir, en medio de una tormenta.

La muerte sonríe en las formas y figuras que se dibujan en el pavimento húmedo, baila bajo la inclemencia de los tiempos y revela muy poco pero de manera muy abrupta con los rayos que, llenos de un placer sádico,  impactan tu retina sin piedad.

Fue en ese preciso momento cuando sucedió, a lo lejos no a más de un kilómetro de distancia se dibujaron dos luces rojas equidistantes entre sí. –Un vehículo – pensé rápidamente. Lo verdaderamente extraño era ver que una persona se detuviese ante la orden de la luz del semáforo, de su luz roja.

Me acerqué con esperanza pero nunca perdiendo el terror y la prudencia que este contexto nos inyecta en contra de nuestra voluntad. Después de todo, no hay forma de saber si quien maneja es un cura que se dirige a su convento o un asesino que retiene a su próxima víctima en la maleta.

La luz naranja comenzó a titilar, “tick, tick, tick” el auto estaba a punto de morir. Tal vez el destino me reunía en ese momento de incertidumbre y ansiedad con la única persona educada en la ciudad,  o quizás no.

El extraño vehículo se encontraba en el canal izquierdo de aquella vía de tres canales, así que decidí parar mi carro en el canal del medio, justo en paralelo. Pensé que de esa manera podría ver el rostro de la persona y así deducir sus intenciones, conocer su historia y su propósito, pero aquel experimento desesperado me llevó a algo totalmente diferente.

La luz roja se deslizaba por su delicado rostro generando sombras muy curiosas, dibujando y acentuando partes de su cara que a plena luz del día nadie nunca podría ver. Su mirada estaba fija, concentrada en el camino, esperando el cambio súbito, esperando el nacimiento de la luz verde para arrancar y llegar sana y salva a casa.

Nunca había visto un rostro tan particularmente ingenuo, tan extrañamente único.

“Tick, tick, tick”… Faltaba cada vez menos, lo sabía, pero aquella figura angelical me mantenía inmóvil, completamente hipnotizado.

Por primera vez en mi vida deseé que la luz roja nunca se transformara en verde, que la inclemente lluvia no se detuviese y que la noche, la asesina, no muriera para dar paso a un nuevo día; el peligro dejó de ser un problema, el miedo dejó e imperar, estaba atónito.

Me preguntaba si en algún momento ella voltearía, si en algún momento se percataría de mi presencia y vería un rostro único generado por la mera percepción de la noche roja; incluso llegué a preguntarme si yo había sido durante toda mi vida un fantasma, ¡Qué estupidez! 

Ella hizo un ligero movimiento, volteó, me miró directamente a los ojos como diciendo adiós, como si estuviese consciente de que este contexto que nos aplasta no nos permitiría bajar de nuestros vehículos, conocernos, pasar una vida juntos, esa fue posiblemente la mirada más triste que jamás he visto, la mirada de lo inevitable.

Entonces su rostro se iluminó de verde, giró su cabeza y, de nuevo enfocada en el camino, arrancó. Yo sólo pude ver cómo esas dos luces rojas equidistantes entre sí se alejaban poco a poco.

El sonido que emitía la alarma naranja había desaparecido

El silencio era absoluto.

La gasolina se había acabado.

Entonces el habitáculo de mi carro se iluminó con un blanco intenso, con una urgencia psicodélica y luego el estruendo más terrible se apoderó del espacio y del tiempo, un estruendo que hizo del más grande de mis miedos una realidad prematura, una realidad que en ese instante llegaba mucho más pronto de lo que yo jamás soñé.  

Y, ahora que lo pienso…

Tal vez no fue una estupidez, tal vez sólo soy... un fantasma.