Monday, November 7, 2011

¿Qué es un monstruo?



Un monstruo es un ser biológico, real y tangible que nace a partir de nuestras ideas.
Un monstruo es una criatura única que se perpetua a lo largo del tiempo y vive en los rincones más oscuros y solitarios de nuestra memoria. Un monstruo puede ser estéticamente, y por convenciones sociales, lo que conocemos hoy en día como una bella dama o, por otro lado, una compleja criatura de afilados dientes y ojos escarlata que espera tranquila dentro de un armario, o detrás de una puerta. Relacionándolo con el miedo, un monstruo puede hacer presencia en un momento súbito de soledad, y ahora pienso en uno muy particular:

Un conductor maneja su viejo vehículo bajo la delicada luz de la luna y de las estrellas en una carretera que parece infinita; en una noche que parece más oscura que todas las anteriores. De pronto, la soledad lo ataca, y deja escapar a los monstruos que dormidos yacían en el escaparate de sus memorias.

Un trémulo quejido que proviene del asiento trasero intenta apoderarse del conductor; una quejumbrosa voz femenina acosa hasta al más pequeño de sus análisis pseudo científicos, y entonces ocurre. Ya con la frente y las manos sudorosas el conductor se atreve, muy valientemente, a observar por el retrovisor frontal, y observa a una joven mujer que solloza cabizbaja justo en el medio de los asientos traseros. Ella sostiene su cuello como si no pudiese respirar, y por el sonido que proyecta su garganta, el conductor piensa que ésta se encuentra tragando líquido, tal vez agua, o sangre tal vez.

El hombre no sabe qué hacer, su sangre se ha tornado gélida y su pulso tan rápido como el galopar de un caballo salvaje, indomable. El sujeto acelera como único reflejo consciente que su primitivo cerebro alcanza a conseguir. La mujer, por su parte, retira la mano lentamente de su garganta y la alza sobre el nivel de su cabeza; el conductor alcanza a ver que esa tétrica mano está cubierta de un fluido que parece sangre, pero muy oscura, casi negra; la cabeza de la mujer sigue en una posición que no da ni una pequeña pista de cómo es su rostro y sus quejidos sólo se intensifican.

El conductor ahora no sólo confundido sino aterrado frena de golpe; el chirrido de los cauchos inunda la carretera, el desierto y la noche. El coche inmóvil se transformó en el lugar más solitario del planeta; el hombre ahora se aferra al volante como si su vida dependiese de ello; no logra sostener ni el más simple de los hilos de sus ideas; cierra los ojos y pide desesperadamente a Dios, si es que alguna vez existió un Dios, que al abrirlos, aquella criatura de lo macabro haya desaparecido.

Abrió los ojos, y al mirar por el endemoniado retrovisor no logró encontrar la figura de aquella monstruosidad. Revisó con cuidado y no pudo siquiera sentir su presencia, así que arrancó y se alejó de aquel sitio para más nunca volver.

La vida de un monstruo es perenne, como digo, a ratos es intrigante y de pronto sumamente espantosa. No pretendo convencerte de su existencia, ni planeo explicar su naturaleza pura pero, las gotas de sangre siguen en el asiento trasero de aquel viejo coche y el recuerdo de aquellos quejidos desesperados estarán por siempre en tu memoria.

Tuesday, October 18, 2011

Mi nombre es Logan...


Desperté en un sitio muy tranquilo, era como un paraíso en la tierra; recuerdo que las nubes multiformes pasaban bailando frente a mis ojos. Escuchaba a los niños correr y reír; sentía la brisa tranquila que lograba deslizarse por los pliegues de mi ropa, era una armonía equilibrada en todo lo que me rodeaba aquel día, todo parecía tan tranquilo, tan normal, la noche estaba comenzando.

Mi nombre es Logan, o tal vez Robert… no puedo recordar cómo llegué aquí, lo único que sé es que aunque todos estos rostros son nuevos para mí, tienen un aire de familiaridad que me pone los pelos de punta. La vida es muy bella, y aunque no estoy seguro de mi nombre, todo marcha con tranquilidad. El parque yace solo y yo sigo aquí, no hay niños, no hay ladridos, sólo la luz de las estrellas y mi humilde presencia que no perturba ni al más pequeño de los insectos. Tal vez si camino encontraré al amor de mi vida, o ¿quién sabe? Tal vez ese amor ya ido para nunca más volver. Soy un anciano, no sé qué hacer.

Mi nombre es Logan, o tal vez Russell, no puedo recordar cómo llegué aquí, lo único que sé es que me vestí para la ocasión más especial de este mundo, la busco a ella sin descanso, pues, es quién me hace sentir vivo aunque parezca no estarlo. Me vestí para esta ocasión con chaleco y pantalón, camisa, sombrero de ala corta y corbatín, pues no sé si la muerte me encuentre vagando en un momento de elegancia y quiera seducir a esta triste alma sin nombre que vaga por ahí, por el parque.

Mi nombre es Logan, o tal vez Frank, no puedo sentir el pasar del tiempo, o la lluvia que ha empezado a caer, o las risas de los que demente me llaman, pues no los entiendo, no los conozco, no los recuerdo. Y aún así sigo caminando con la frente en alto, sin saber si mi vida va a empezar o está a punto de terminar, ¿Quién soy?.

Mi nombre es Logan, o tal vez Joseph, no puedo entender el reflejo de la luna que ya se oculta detrás de los árboles, el tiempo se nos escapa de las manos, la vida parece estar llena de lindos momentos, ¡si tan sólo pudiese alcanzarlos!, pero, por desgracia, no los recuerdo.

Mi nombre es Logan, o tal vez Albert, me detendré aquí, parece un bonito sitio, sigue siendo el parque pero ya está a punto de amanecer, escucho a lo lejos las sirenas, las campanillas de las bicicletas que ansiosas recorren la vecindad arrojando los diarios, escucho mi nombre a gritos y empiezo a recordar…

Desde que me diagnosticaron Alzheimer salgo en la noche persiguiendo a las estrellas, soñando con un final feliz, de esos que aparecen en los cuentos de hadas; salgo en busca de mi amor, quien ya se ha marchado hace algunos años, me visto como de costumbre, muy elegante para enfrentar a la noche, rodeo el parque y llego aquí, la policía me toma de los brazos, me hacen daño y me preguntan siempre la misma pregunta, aquella que nunca podré responder.

Me preguntan mi nombre.

Tuesday, August 9, 2011

Marioneta




No creo en la suerte, nunca lo he hecho, pero, que estés leyendo este relato, me intriga de sobremanera. Disfruto mucho los momentos de reflexión que tengo con mis camaradas, aquellos que ven y asienten felices mientras están sentados en sus sillitas rojas, ya sabes, las viejas del teatro municipal. Aquel que fue clausurado en 1765 por el gran incendio.

Las tablas han sido mis confidentes, el telón mi verdugo. La verdad es que la vida en el teatro es muy placentera, pues puedes gozar de las experiencias de otros, de los personajes, me refiero. Actuar de aquí para allá me hace feliz, no soy yo, soy alguien más. La pregunta, querido lector es: ¿quién eres tú?

Fue una noche de diciembre, recuerdo, sí, la de mi cumpleaños número 78. Por supuesto esa noche me presentaría en el teatro municipal, haría mi grandioso número de títeres, mi grandioso número de despedida. ¿Qué puedo decir? Me hice famoso creando marionetas; no es un arte sencillo, debo admitirlo, pero, es muy gratificante ver los rostros felices de los que compran el boleto para ver mi humilde acto.

Durante mucho tiempo me dediqué a tallar las muñecas de madera que me sirven de modelo para obtener las distintas personalidades de mis protagonistas. Navaja en mano comenzaba a imaginar cómo sería ese nuevo ser, ese nuevo personaje; me deslumbraba con las líneas de Shakespeare para que ese nuevo títere fuese reflexivo y complejo de pensamiento; me enamoraba con las palabras de Neruda y surgía una marioneta apasionada y trémula con fuertes convicciones en el amor, como ves, no fue sencillo, pues cada uno de mis personajes tuvo su propio mundo, su propia convicción.

Poco a poco fui interesándome en crear nuevas y mejores historias para presentarlas en el teatro, la audiencia nunca me defraudó, me acompañaron en las buenas y en las malas. Te digo con firmeza que llegó un punto en el que creí que mis títeres, mis camaradas, tenían vida propia. Me hablaban de cosas grandiosas que ocurrían en el mundo de los hilos de nylon, me decían que no había que preocuparse por la muerte y esas cosas, yo los escuchaba, sabía que no eran reales, que eran simples figuras de madera y yo un loco apasionado del teatro, del teatro municipal.

Esa noche de diciembre tenía planeado un número sin igual, presentaría a todas mis creaciones sobre el escenario, les daría las gracias por su apoyo y, por primera vez abandonaría las tablas para sumarme al público y aplaudir por el éxito de esos grandiosos caracteres. Así mismo me preparé detrás del gran verdugo rojo, trataba de escuchar los comentarios de los citadinos, quienes, ansiosos esperaban por ver el desenlace de mi carrera, aún así, no podía escuchar nada.

Me aproximé al telón y éste se abrió, revelando mi presencia a los espectadores, saludé, hice reverencia ante ellos y con hermosas palabras presenté a mis personajes. Yo sólo tenía que mover esos plateados hilos de nylon para que dijeran sus líneas, para que expresaran sus pasiones, sus creencias. El público, nostálgico, se notaba inmóvil sobre sus sillitas rojas, la emoción era elevada, y el tiempo se agotaba, el final estaba cerca.

Una vez concluida la presentación, hice lo prometido, le dije a mi público que me bajaría del escenario y los conocería a cada uno de ellos. Y así lo hice, bajé de las tablas por primera vez en mi vida y me acerqué a la graciosa señora del sombrero de plumas azules y le dije: - ¿Es usted seguidora de mis actos? – pero no hallé respuesta, creí que posiblemente estaba tan conmovida por lo que había presenciado segundos atrás que no podía ni pronunciar unas simples palabras, así que decidí ir un poco más hacia el centro del público y me topé con un caballero muy elegante que utilizaba sombrero de copa y le pregunté: - ¿ Disfrutó usted de mi acto? – pero no hallé respuesta alguna, el impacto de mi última presentación había sido estupenda, - les robé el habla- pensé.

No iba a salir del teatro municipal sin tener aunque sea una opinión, una crítica, así que me acerqué a un pequeño niño que estaba muy cerca de la salida del teatro, éste me conmovió muchísimo porque era inválido, muy pequeño y sin un brazo, pobre criatura. Me acerqué y le pregunté: - ¿Te gustaría ser titiritero cuando crezcas, pequeño? – pero no hallé respuesta alguna, algo malo estaba pasando, pero, no sentía miedo, no lo sentí jamás.

Lo único que podía hacer era salir del teatro por primera vez en mi vida, después de 78 años de trabajo. Caminé con un paso un poco acelerado hacia la salida y justo cuando estaba a punto de salir, sentí un jalón impresionante que me derrumbó al piso y me hizo tropezar con varios de los que cerca de la salida se encontraban – disculpen, soy un viejo torpe – les dije, pero no encontré respuesta alguna. Parecían estar petrificados o, peor aún, muertos.

Corrí de aquí para allá buscando a alguien con vida, pero todos estaban paralizados, no entendía qué estaba sucediendo hasta que, un segundo jalón, me llevó por los aires de nuevo hacia el escenario, caí de manera rotunda sobre mis amadas tablas pero no sentí dolor alguno. Fue entonces cuando vi hacia el techo inexplorado de mi amado teatro municipal y lo que vi fue lo más aterrador que he visto en mi vida. Hilos de plata que caían desde una eterna bóveda oscura que se posaba sobre mi cabeza, atados a mi espalda, como si yo… como si yo hubiese sido durante toda mi vida, una marioneta.

“La pregunta querido lector es: ¿Quién eres tú?”

Monday, June 6, 2011

Galloway y el ascensor


No puedo describir el horror que sentí al ver a Galloway muerto en el suelo de aquel oxidado elevador. Les mentiría si les dijera que estoy en pena, pues, era un monstruo y se lo merecía, pero no de ese modo, no así.

Una tarde de abril, un hombre alto de piel blanca y ojos negros se encontraba esperando serenamente el ascensor en una vieja torre olvidada ya por aquellos que huyen del destino. Galloway era su nombre, vestía un traje azul marino impecable, unos zapatos que daban un toque de elegancia único a su porte y un pañuelo blanco que pretendía ser esperanza en la caja de pandora que era aquel individuo. A su lado yacía el cadáver de una pequeña niña de cabellos negruzcos y ojos de zafiro, Amanda era su nombre. Nadie se acercó a él esa tarde pues el crimen ya había sido cometido, sus manos como rubíes adornaban aquella escena tétrica, la espera del ascensor.

Gota a gota se inundaba el piso de ese pasillo maldito, segundo tras segundo la sangre de aquella indefensa niña se perdía en la alfombra temerosa bajo los pies del asesino. No existía brillo alguno en su mirada, Galloway la había matado y ahora preparaba su escape, su salida triunfal. De pronto un sonido agudo anunció la llegada de su fin; las puertas doradas se abrieron y él, sin vacilar, entró arrastrando el cuerpo mutilado de la dulce infante en la cabina de su propia muerte, la cabina de aquel oxidado elevador.

Una vez adentro marcó el botón que lo llevaría al Averno. La ingeniería hizo su trabajo y la máquina empezó a descender, Galloway sereno se regocijaba con la idea de que, al fin lo había logrado, había asesinado a esa niña que lo perseguía día y noche, a esa criatura endemoniada que no lo dejaba dormir, que no lo dejaba soñar. De pronto un chirrido insoportable detuvo las tuercas y el descenso, las luces ya no estaban y el asesino se encontraba solo, en completa y total oscuridad.

-¿Qué demonios sucede aquí? – se preguntó a sí mismo. – ¿Puede alguien escucharme? – pero ningún sonido parecía tener piedad de él. Encerrado en una vieja cabina de ascensor, Galloway se dio cuenta de que tarde o temprano el espectro de aquella niña ensangrentada vendría por él para atormentarlo, para cobrar venganza. La oscuridad se hacía profunda, el desgraciado hombre podía escuchar su propia respiración y sólo alcanzaba a ver el rostro lúgubre de Amanda quién llorando y riendo lo asechaba desde el otro lado del ascensor.

Una gota fría de sudor recorría la espalda del asesino mientras presenciaba la lenta agonía de su víctima justo frente a sus ojos. La oscuridad esclarecía ante los gemidos de Amanda, la noche y el día no tenían sentido ya; el calor de aquella cabina infernal se hacía cada vez más y más intenso; la máquina que alguna vez fue, ya no era, nunca lo había sido.

Entonces, un sonido sordo, un grito de angustia llenó el diminuto espacio entre la víctima y el victimario, un grito de terror, un vociferante alarido que venía desde el otro lado de la cabina. Galloway se levantó y sin pensarlo empezó a darle golpes de rabia y terror al espejo invisible de aquel ascensor para encontrar sólo el rostro de Amanda roto, mutilado en el piso, en sus manos. La sangre cubría el suelo de lo que alguna vez fue su genial artefacto de escape, los delicados rubíes inundaba aquel espacio como si sus miedos hubiesen colmado la copa de su existir y Amanda seguía ahí, muerta, pero disfrutando de su venganza.

Galloway no lo pudo resistir más y empezó a dar brincos de locura, ternura y terror. El cuerpo de Amanda se levanto y tomó su mano, él no podía ver nada pero podía sentirlo todo.

No puedo describir el horror que sentí al ver a Galloway muerto en el suelo de aquel oxidado elevador. Les mentiría si les dijera que estoy en pena, pues, era un monstruo y se lo merecía, pero no de ese modo, no así. Esa noche, en la madrugada, lograron abrir la cabina, Galloway había muerto de un ataque al corazón, el doctor dijo que había sido un ataque de pánico, yo creo que murió de culpa. Mi cuerpo nunca fue encontrado aunque yo sigo aquí, esperando a los culpables, mutilando a los endemoniados, siempre a oscuras, siempre en la cabina de este oxidado ascensor.

Friday, March 25, 2011

El último castillo


¿Quién soy? ¿Por qué estoy aquí?

No puedo recordar cómo llegué a este lugar, nadie puede guiarme, sólo yo tengo la razón. Si escuchas este relato, ten cuidado, tal vez estás aquí conmigo, tal vez estás en el último castillo

Camino hora tras hora, día tras día en esta amplia oscuridad que me rodea, no entiendo por qué lo hago, lo único que sé es que yerro sobre estas tierras olvidadas por Dios desde hace… bueno, no puedo recordarlo, pero soy feliz, no hay luz, no hay vida, sólo existe la oscuridad.

No puedo pensar puesto que, si pienso, los grandes bloques de metal caen sobre mí. No puedo soñar puesto que si sueño, monstruos de la inseguridad invadirían mi ser llenándolo de tormentos horribles que no podría controlar. No puedo ver hacia arriba puesto que el sol, que ya no existe, me quemaría los ojos, y si te preguntas ¿Cómo un sol que no existe puede quemar algo? Pues yo tampoco lo sé, pero sé que tengo miedo, mucho, mucho miedo.

A decir verdad esta oscuridad no es una creación de Dios. Fui yo mismo quien le dio vida al vacío, a la desesperación. Tal vez me llamo Robert, tal vez me llamo Elí, ¿quién sabe? Pero estás a punto de escuchar mi historia y ten cuidado, aunque la ignorancia puede llevarte a la felicidad también puede abandonarte en la perenne oscuridad de lo que pudo haber sido.

Debo hablar rápido ya que los pensamientos se alejan de mí; la vida era tranquila al principio, cuando todas las criaturas eran cuadrúpedas, la imaginación volaba sin preocupaciones y la alegría se encontraba por doquier, no puedo pensar en una época más feliz. El tiempo, quién solía ser mi amigo fue alejándose, advirtiendo que una tormenta se aproximaba, en verdad, te confieso, nunca quise prestarle atención, nunca me agradó demasiado.

Ya bípedos, los seres que habitaban mi dimensión empezaron a entristecerse de manera increíble, sombras caían a mí alrededor y lo único que quedaba era la voluntad, la vocación. Entonces surgió la responsabilidad que nunca había tenido, la de avanzar por mí mismo.

No había rumbo, todo parecía salir mal y aún así nadie podía ayudarme, todos estabas muriendo. Entonces di con una solución milagrosa, eran bloques macizos de metal, decidí llamarlos “paradigmas”.

Entendí claramente que la única forma de escapar de ese espacio tan atroz y vil era construyendo mi propio universo, y así lo hice. Los bloques eran dóciles, nunca trataron de hacerme daño, después de todo ellos eran mi boleto de salida a mi propio mundo. Uno a uno fui colocándolos en un círculo perfecto y, ubicado en el medio del mismo dije: “hágase la luz” y la luz se hizo, no podía creer que al fin tenía razón, no había nada complejo, ya no sentía miedo así que decidí seguir construyendo la dimensión que hoy es mía y lo será por siempre.

Levanté poco a poco una fortaleza impenetrable de paradigmas, la luz ya era escaza por la altura de aquella estructura magnífica, podía escuchar los ríos de mis pensamientos, las junglas de mis ideas, podía sentir el aroma de los rosales de mi subjetividad y sentir la brisa de los comentarios que jamás serían contradichos.

Era el esplendor de mi propio castillo, donde era yo monarca y vasallo. Debo admitir que antes de colocar el último bloque sentí angustia, pero ¿qué podía salir mal? Era mi propio universo el que estaba a punto de terminar de construir, ¿quién necesita la luz? ¿Quién necesita ser debatido? Así que puse el último bloque y la luz desapareció para siempre.

Ahora merodeo, con mi bastón de las eras por los pasillos interminables de este castillo buscando un sitio donde morir tranquilo, buscando las rosas que ya podridas deben estar, esperando sentir la brisa pasando por mi arcaico rostro. Ya no puedo soñar, ya no puedo vivir, y todo gracias este maldito castillo, a esta tortura que yo mismo creé.

No puedo recordar cómo llegué a este lugar, nadie puede guiarme, sólo yo tengo la razón.

Monday, February 14, 2011

Alcibíades Jones

"Sin la sombra ignoraríamos el valor de la luz"

Ya he escrito sobre mis días, sobre los sueños que jamás podré cumplir y sobre esta inmunda celda en la que mi vida se consume poco a poco. Tal vez esto que escribo se borre en el tiempo, tal vez nadie me recuerde y el guardia que cuida el tétrico pasillo se burle de mí cuando, dentro de pocas horas, me tenga que sentar en la silla más temida por los hombres, ya sabes, la silla eléctrica.

Tengo muy poco tiempo, con mucho esfuerzo, durante meses traté de recordar el pasto suave de mi casa de campo, la brisa acariciando mi rostro como si se tratase de una amante y hasta la comida que hacía mi madre, tan gustosa y especial. Para serte sincero no recuerdo por qué me encerraron en este infierno, pero esperar a que te llamen para electrocutarte no es la más agradable de las sensaciones, a veces me siento a pensar en cómo será, ¿dolerá demasiado? , ¿Acaso sentiré como mi cuerpo se incinera mientras mi lúcida conciencia grita desesperada? No lo sé, pero me atemoriza.

Todo lo que he logrado dentro de esta celda de recuerdos y terrores es pedir a Dios que me dé una segunda oportunidad, que me deje ser libre una vez más y que me permita volver a vivir una vida digna llena de inspiración, amor y metas. Fui un vagabundo toda mi vida, lo confieso, no puedo recordar mi crimen fatal, no puedo pensar en el día en el que me encontraron ya sea con sangre o dinero en las manos y podría estar volviéndome loco, sí, pero no lo creo. La luz del día a penas logra entrar por la rendija triste y asquerosa del techo inclemente que oculta mis sentimientos, ¿por qué no puedo recordar?

Estoy solo y perdido en la oscuridad perenne de esta celda, tal vez si hubiese creído en mí, no estaría esperando en ser asesinado por una máquina, tal vez no duela tanto el tener corriente eléctrica en la sangre, tal vez.
Se agota mi tiempo, mis rodillas comienzan a temblar sin control y sin posibilidad de calmarse, quiero llorar, lo sabes, pero no puedo pues no queda nada por lo cual llorar, ahora recuerdo que de niño siempre fui flojo y conformista, de joven nada astuto, un total granuja, ¿qué sucede?.

Puedo escuchar los pasos de los guardias que vienen a buscarme, escucho las llaves de la celda cual campanas de una lúgubre iglesia que llora a un muerto desgraciado, se acercan, ¿qué puedo hacer? No importa lo que suceda seguiré contigo relatando hasta el último aliento de este humilde ladrón o asesino que tan triste destino debe afrontar. Los veo pero ellos no me hablan, tienen sonrisas endemoniadas en sus rostros, como si desfrutasen mi dolor y mi angustia; tengo un último momento para despedirme de este maldito hoyo, pero ya es muy tarde me lleva por los brazos hacia el cuarto, el infierno.

Veo la silla de Minos, pero, ¿seré yo el juzgado? El salón está lleno de gente que conozco, sí, profesores a quienes desprecié, ancianos a quienes humillé en público, mujeres a quienes engañé, ¿por qué están todos aquí? Esto debe ser una broma pesada de alguno de esos chiquillos insolentes, ¿qué piensas tú?

Me están atando a la silla, las correas huelen a sangre pero no están ensangrentadas, el clima es realmente horrible, no se lo deseo a nadie. Se aproxima el guardia de la gorra verde y me mira directamente a los ojos, en su mano derecha tiene una esponja húmeda, para mí, es como un ángel pues el agua sobre mi cabeza hará de esto algo instantáneo, pero decide tirarla al suelo y con una mirada fatal me coloca el casco de metal que conduce ya sabes qué. No quiero llorar, no tengo por qué hacerlo, pero estoy a punto de morir. Las miradas de los desdichados me atacan, me hacen daño, y aunque trato de mover los brazos y las piernas, no puedo, estoy atado a mi destino. El guardia de las torturas se acerca, creo que me va a decir algo…

Hoy, seis de junio de 1936 se ejecutará a Alcibíades Jones en la silla eléctrica, pasaremos electricidad por su cuerpo hasta que muera por su crimen atroz y despiadado, que Dios tenga su alma en reposo, ¿Hay algo que quieras decir antes de ser freído, Jones?

Sólo tengo una pregunta – dijo el acusado tembloroso y entre lágrimas agrias - ¿Cuál ha sido mi crimen? ¿Qué he hecho para morir de esta manera?
De pronto todos en la sala lanzaron la más brutal y diabólica de las carcajadas, ¿tu crimen, preguntas? – dijo el guardia mofándose de Alcibíades - . “Tu crimen fue ser un mediocre durante toda tu vida” y entre risas haló la palanca que incineró mi cuerpo, lentamente.

Y de pronto abrí los ojos...

"Sin la sombra ignoraríamos el valor de la luz"

Tuesday, January 4, 2011

Unidad 858



Nunca voy a olvidar la mirada que ella tenía en sus ojos cuando la vi morir, nunca voy a olvidar esa última carrera endemoniada que me llevó a perder todo en tan solo un segundo. No es de mis más nobles intenciones compartir esto contigo pero debo hacerlo, estoy mareado y tal vez no pueda guardar los detalles pero debes prestar atención y sobretodo tener cuidado.

Aquella era una tarde tranquila de invierno como cualquier otra, recién me estaba levantando pues la jornada de la noche anterior había sido muy larga y agotadora. Normalmente salía de mi casa en la calle 122 a las cinco y cincuenta para almorzar algo ligero, y nunca presté atención a las almas que tristes merodeaban las calles de esa ciudad que tanto extraño. Caminé directamente hacia el primer Deli que encontré y como de costumbre pedí esos tallarines con pollo tan suculentos, si tan sólo pudiera saborearlos una vez más…

Mi taxi mi estaba esperando estacionado en la casa, ese era mi lugar favorito en el mundo, asientos de tela de color azul oscuro una ventana que separaba a los pasajeros de mí, una cruz que colgaba del espejo retrovisor y una radio que no dejaba de sonar mientras estuviese trabajando, siempre escuchaba el jazz de Armstrong y Bennet, esa era la unidad 858 una máquina sin igual con la que me ganaba la vida en las madrugadas de la ciudad que nunca duerme.

Debo confesarte que me encantaba charlar con mis pasajeros, aprender de ellos, me gustaba pensar que algún día escribiría un libro sobre sus anécdotas y sus vidas, recuerdo, por ejemplo la conversación que tuve con Alfredo Halaal, un comerciante de mediana edad turco quien había llegado a la ciudad para abrir un comercio de muebles, él me habló de las lejanas tierras que lo habían visto nacer y de cómo podía vender todo tipo de muebles y accesorios para los hogares, un tipo fascinante sin duda alguna. Recuerdo también a la señora Hopkins quien era chef y trabajaba en uno de esos restaurantes elegantes de Broadway, algo delicada la mujer, pero agradable, sí, ella me habló de un plato que extrañamente me parecía muy conocido a base de pato y algunas especias orientales. Uno de los personajes que más recuerdo con cariño es al señor Roberto García un doctor muy amable que me hacía muchas preguntas, él, al parecer estaba muy interesado en la vida de los taxistas, no logro entender por qué pero a veces pienso que no debí darle los detalles de mi profesión, nunca lo volví a ver, o por lo menos eso creo.

Avancé con rapidez hacia el garaje de mi casa, yo siempre lo mantenía muy limpio, aunque el color blanco de las paredes era muy intenso y a veces me hacía pensar que estaba en un manicomio o algo por el estilo. Encendí la máquina y dispuesto a adentrarme en la jungla de concreto me persigné como buen católico, entonces arranqué pero no debí haberlo hecho, nunca debí haber salido de ese maldito garaje.

Fui directo a la zona donde más podía conseguir clientes, ya sabes, la calle 42, el centro del espectáculo, eso que llaman “Time Square” ahí conseguí a una de las tantas víctimas de la unidad. Era una mujer rubia delgada que vestía un hermoso vestido rojo muy brillante, parecía actriz, recuerdo. Una vez más me sentí atraído hacia las historias que podía traer con ella así que la saludé con mucho entusiasmo para preguntarle su destino, ella me dijo un tanto apurada que se dirigía a la calle 122, me hizo énfasis en que tenía que estar allá en diez minutos así que aceleré y traté de tomar un atajo pero el tráfico era inclemente y los semáforos parecían no estar coordinados correctamente, podía notar cómo la mujer empezaba a preocuparse, estaba inquieta, no pude resistirme y le pregunté que qué le sucedía, ella sólo me dijo que su vida dependía de los próximos minutos, al oír aquello empecé a desarrollar toda una trama de detectives y mafiosos en mi cabeza, ¿quién era aquella mujer y por qué su vida estaba en juego?, de pronto un sonido agudo rompió el angustioso silencio que se imponía entre nosotros, era un teléfono, la mujer contestó y pronuncio las siguientes palabras: “¡Te dije que no podían utilizar esa casa! ¿Ahora cómo nos vamos a deshacer de ella?” mi corazón empezó a latir más y más rápido, no sabía si era emoción o un miedo profundo lo que en ese momento me llegaba al espinazo, pensé que tal vez la dama que se había montado en mi taxi era una asesina, una demente o que solo estaba jugando conmigo y con mi trabajo; Señor – dijo de manera sobria, necesito que me lleve a la dirección que le pedí y le sugiero que no diga ni una palabra de lo que acaba de escuchar, ¿cuál es su nombre? – a lo que respondí Dean, Dean Rain. ¿Qué sucede aquí señorita? Ella sólo me dijo que necesitaría mi taxi para un trabajo, y me enseñó un arma que había sacado de su bolso, dijo que estaba apuntando al asiento y que si intentaba mover un músculo no dudaría en disparar, tal vez debí quedarme en casa aquel día pero ahora no podía hacer nada.

Poco a poco una llovizna serena se transformó en un cruel aguacero que hacía de aquella la más tétrica de todas las veladas que compartía con mi amada unidad 858, la luz verde de los semáforos anunciaba que pronto mis ojos presenciarían la brutalidad de un crimen y lo peor era que no sabía si podría despertar de aquella terrible pesadilla. Mientras conducía, la mujer empezó a hablarme de cómo la sociedad se encargaba de expulsar a las personas diferentes, de cómo el odio se hacía mayor por aquellos que piensan distinto, yo podía notar el odio en su expresión, sus ojos azules estaban llenos de un fuego infernal, no sabía qué responderle por lo que le seguí la corriente, aunque había algo de esa mujer que me llamaba mucho la atención, no sé si la conocía de algún lugar pero de algún modo me sentí en sintonía con la misteriosa mujer- ya casi estamos en el lugar, dijo. Ella tenía razón estábamos en la calle 120 sólo me faltaban dos para llegar al sitio del crimen, entonces me comentó que este sería su último crimen, me dijo que estaba a punto de irse de viaje a un sitio muy lejano, yo, por supuesto no le creí ni una palabra y seguí manejando nervioso, buscando una alternativa, una forma de escapar y nunca volver.

¡Aquí es! – exclamó, ahora bájese y mantenga la boca cerrada o ya sabe qué le va a suceder- . Justo como ella lo quiso me bajé de la unidad y me aproximé a la puerta de un garaje que extrañamente se me hacía muy familiar, la mujer venía atrás de mí apuntándome y yo no podía ya ni siquiera pensar con claridad; la puerta del sitio de mis peores pesadillas se abrió lentamente y una fuerte luz blanca se abalanzó sobre nosotros- entre- dijo la rubia- y así lo hice.

De pronto sentí como si toda tristeza del mundo hubiese concentrado en ese sitio de terrores, en el piso yacía muerta una mujer de elegantes vestidos blancos, era la señora Hopkins, la famosa Chef de Manhattan, tenía una herida profunda de bala en el pecho y sangre a su alrededor, la rubia empezó a reír desenfrenadamente, yo no entendía lo que estaba sucediendo, entonces la mujer me miró fijamente y me dijo – no reconoces este lugar, ¿Dean? Es tu garaje aquí fue que la mataste, y, mírala ella sólo quería que la llevaras a su casa pero no pudiste resistirte y la mataste. Vi a mi alrededor y no podía creer lo que estaba sucediendo ese era mi garaje y ahora mis manos estaban llenas de sangre, me mareé y casi no podía respirar, la habitación estaba iluminada, los sonidos no estaban y yo, yo no podía creer lo que había hecho, entonces la rubia mi miró a los ojos con una sonrisa leve en su rostro llevó la pistola a su sien y me dijo: - mi nombre es Andreina, nunca me olvides – y haló el gatillo.

¿Eso fue todo? – preguntó el doctor García- Sí, eso fue todo, ¿a dónde quiere que lo lleve señor? A ninguna parte, gracias, y discúlpame por esto, por favor. ¿Por qué debería disculparlo, doctor? , Dean, - dijo Roberto García- asesinaste a 5 mujeres en los últimos 6 meses, sufres de una fuerte psicopatología congénita llamada esquizofrenia, y a través de ella creaste a una mujer llamada Andreína tu alter ego, la produjiste a través de tu nombre, es un anagrama de Dean Rain. No juegue conmigo doctor, y dígame, ¿a dónde quiere que lo lleve hoy? Adiós señor Rain, Doctor, ¿ acaso me va a doler?– dijo el hombre con un tono parco y trémulo – para nada, respondió el doctor alejándose del fúnebre cuarto.

Al paciente número 58, quien sufre de esquizofrenia aguda y doble personalidad se le suministrará la inyección letal por el asesinato en serie de 6 mujeres en la ciudad de Nueva York, que el señor tenga piedad de su alma.