Monday, October 14, 2013

Silencio rojo


“A todos los complejos actos que forman parte de nuestra efímera existencia...”








Este pequeño relato debe ser contado de la manera más sencilla pues así lo merece. De hecho, me reservaré algunos detalles no tan importantes y te prometo haré mi mejor esfuerzo por dibujar con palabras todo lo que sé y todo lo que recuerdo de esa horrible tarde.

Comenzó en el espacio, o mejor dicho, en la casita verde que está más allá de la estación de bomberos. Específicamente, comenzó en la pequeña habitación del segundo piso, esa de paredes profundas y techo nefasto; esa de puerta cerrada, mesa tétrica y sillas protagonistas; esa de luz tenue y ventanas inexistentes.

Rebeca estaba sentada a la izquierda, su mirada – una que jamás podré olvidar – estaba llena de nostalgia. Era un poema en sí misma, la recuerdo bien porque sin decir una sílaba ella recitaba sus más oscuros secretos. Rebeca estaba triste, estaba… desesperada.  

A la derecha estaba sentada Anastasia, su expresión – una que jamás podré olvidar – era fría cual roca de invierno, su actitud, sus metas y sus sueños se escapaban de ese frágil cuerpo aún cuando ella no movía ni el más inocente de sus músculos. 

La puerta permanecía cerrada.

Se miraban fijamente a los ojos pero ninguna se atrevía a hablar.

La mesa que las separaba era rectangular y de caoba ahumada, el olor del barniz se elevaba con libertad hasta encontrarse con los delicados hilos de luz que proyectaba la antigua lámpara. Nunca creí que un objeto tan simple como una mesa pudiera separar a dos personas como aquella lo hizo. Era como si un océano con toda su fuerza hubiese estado luchando en contra de la unión de la dos jóvenes.

Anastasia temía por su vida. El breve instante que pasó en esa diminuta habitación de luz tenue, la hizo sentir limitada, su vida – pensaba ella – estaba en el mundo más allá de la terrible puerta, más allá de las cuatro paredes profundas y del techo nefasto, su vida, todos sus sueños, todo lo que siempre había añorado…

Rebeca no sabía cómo lidiar con la mirada gélida de la persona que estaba sentada justo en frente de ella. Su amor por Anastasia trascendía todas las convenciones que conozco y todas las que tú podrías llegar a imaginar. La pasión que despertaba el simple hecho de estar juntas en la misma habitación era indescriptible.
 
Sé que te diste cuenta del vestido azul de Rebeca, y sé que viste el tatuaje de fuego violeta que tiene en su pierna derecha pero necesito que te concentres, más arriba del tatuaje, un poco más abajo de la cintura. No, no hablo de cuán lista estaba ella para u tan añorado encuentro de amor. Hablo del arma que reposa sobre su muslo derecho, la pequeña luger ss alemana de metal color plomo. Rebeca estaba preparada para acabar con todo, el arma estaba cargada y, por supuesto, el seguro no estaba colocado.

Anastasia, por otro lado, había tenido el arma en su mano izquierda durante todo este tiempo, el amor que sentía por Rebeca no le impediría nada, ella también estaba preparada.

Aquella era una escena conmovedora, estoy seguro de que un hombre jamás llegará a entender el amor entre dos mujeres, muchísimo menos el amor que baila aún cuando se encuentra sentado, el amor que no es armonioso, que no conoce reglas, el amor que se pierde en el cuerpo de una simple mesa de madera…

Rebeca amaba con pasión.

Anastasia debía seguir su camino.

La pequeña habitación las destruía poco a poco.

Entonces sucedió…

Rebeca apuntó el arma al corazón que no le correspondía y Anastasia apuntó al cerebro que no veía lo obvio.

Se dijeron adiós sin decir una sola palabra y halaron el gatillo.

Un silencio rojo se apoderó de la habitación, ambas mujeres cayeron al suelo cubiertas de sangre y de memorias. Nadie pudo hacer algo por ellas, nadie se atrevió a exclamar una sola palabra y fue en ese momento, justo en ese preciso instante en el que un segundo estruendo llenó el espacio y mi vida.

Los aplausos retumbaban por la izquierda y por la derecha. Las luces se encendieron y la música comenzó a sonar...

Rebeca y Anastasia se levantaron y, tomadas de la mano, hicieron reverencia al público que conmovido expresaba su admiración por el acto que acababa de ver.



La obra había terminado. 









1 comment:

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