“Una vez que entras, formas parte de ella y no importa lo
que hagas… nunca vas a poder salir.”
El siguiente texto no encuentra su objetivo en seducirte, atraerte, ni mucho menos entretenerte. Esto es una firme advertencia, una cortés
invitación a que, si nunca has escuchado hablar de la Undernet, dejes de leer en este preciso instante. Existen cosas
mucho peores que el infierno pero esas cosas no están allá afuera en las
calles, no, están en lo más profundo de la red, ahí donde no existe ley alguna,
ahí donde tu vida se transforma en la más terrible de las pesadillas.
Recuerdo haber leído esas líneas hace un par de
meses. Eran parte de un diario que encontré en el suelo de un club nocturno. El
libro parecía haber sido deliberadamente destruido, curioso es, de hecho, que
la tapa del mismo y muchas de sus hojas se encontraban corroídas por algún tipo
de químico extraño. Es un golpe de suerte el que haya podido rescatar algo de él,
pues, desde ese día me obsesioné con aquello que es oculto, con ese espacio no
iluminado de la red, con ese tal infierno de infiernos.
Siempre he pensado que con la llegada de la era digital,
muchas personas han menospreciado la labor y el intelecto de los periodistas,
lo digo, claro, porque soy uno, y uno bien crítico. La red le da la oportunidad
a ciudadanos comunes sin entrenamiento en las formas de la comunicación, de
expresar, informar e incluso entretener haciendo uso de contenidos de todo tipo
y publicándolos en la misma. He recibido insultos, críticas e incluso he sido
tildado de tecnócrata por creer que el periodista nace, no se hace.
Es mi fiel creencia la que me lleva a sentir que hay algo
dentro de los periodistas de carrera que los impulsa a seguir paso a paso,
investigando y llegando a sitios a los que nadie más puede llegar. Literalmente
creo estar al borde de un descubrimiento importante.
Aquella noche, recuerdo, era una tarde lluviosa de
septiembre. ¿Qué mejor forma de pasar un viernes por la noche que investigando
un misterio sin igual? La Undernet me
llama, me canta, me grita, ella necesita que yo la encuentre.
La sala de mi apartamento es sobria, la cocina, un tanto
aburrida, pero, el balcón, el balcón es un espacio único en el universo, las
suaves cortinas de seda bailan al compás del viento que misterioso se siente al
hacer presencia por los espacios de mi humilde morada; La puerta de madera con
seguro doble reforzado de acero me hace sentir seguro, pero eso es una mera
ilusión… ¿No es así?
“Nunca debes seguir los caminos del “.Tor” mucho menos los
del “.Onion” - “
“Wasp” es el nombre del hacker que me dijo exactamente todo
lo que tengo que hacer, espero conocerlo algún día, él o ella es brillante, de
eso no tengo ni una pequeña duda.
Sí, cambié mi proxy.
Sí, seguí los protocolos codificados que me permitieron
acceder a un router ajeno de manera remota.
Sí, destruí todas las piezas de información personal que
estaban en los más profundo de mi laptop, y aún así… ellos saben, ellos están
cerca.
Estoy adentro, esto es real.
Los sitios que he encontrado son nefastos. Llevo varias
semanas sin poder conciliar el sueño. La venta de armas, la prostitución
infantil, las estafas… el mundo es mucho más oscuro, mucho peor de lo que jamás
imaginé.
Me encuentro, en este momento sentado en mi balcón, son las
dos y treinta de la mañana. Hay un hombre en la calle, tiene un zipo en la
mano, parece estar encendiendo un cigarrillo, él sabe quién soy, él sabe que yo
entré…
Ha pasado una hora, el suelo de madera de mi apartamento
suena mucho más que e costumbre. ¿Será que estoy paranoico o que nunca me había
detenido a escuchar los leves sonidos de la madera que cruje? Juro que nunca
más entraré en ese maldito servidor de venta de órganos, no quise llamar la
atención de nadie. No soy un policía, soy un periodista, un periodista.
Ya casi amanece.
Oigo un sonido, proviene de mi computadora. Sí, tengo un
mensaje de… Wasp, dice: “Cuidado, van por ti”
No sé qué hacer, lector, lector mío, quien quiera que seas,
una vez leas esto sabrás el motivo de mi desaparición, de mi… de mi muerte. Por
favor, avísales, diles que pase lo que pase no entren en ella.
Alguien está en
la puerta, la golpean con fuerza. Adiós.
“¿Qué demonios?” – pensó Leonardo al leer la penúltima
página de aquel extraño diario.
Las similitudes eran atroces, un periodista exactamente
igual de terco que él había escrito estas líneas en su diario y ahora, por
alguna extraña razón, Leonardo estaba sentado frente a su computadora leyendo…
la duda y el terror se apoderaron de él.
Ya era demasiado tarde, Leonardo, justo como aquel pobre
diablo, había modificado ambos su proxy y su dirección IP, ya había navegado la
Undernet y estaba a punto de seguir excavando pero,
¿qué decía la última página del terrible diario?
Volteó la página.
“El hombre entró con furia en mi apartamento, fue
directamente a donde yo estaba, como si hubiese estado antes en el sitio, como
si la maldita configuración del internet le diera todos los secretos de mi
hábitat y de mi ser.
Me golpeó con fuerza, traía un objeto de metal consigo, su
meta era abrirme vivo y tal vez conseguir algunos órganos que no hayan sido
tocados por el mal hábito que tengo de fumar dos cajas de cigarrillos al día.
Fue entonces cuando decidí rogar por mi vida, le dije al
gigante que yo podía ayudarlos a conseguir mejor mercancía, les prometí que los
llevaría a otro periodista, a otro maldito curioso para que lo descuartizaran y
vendieran su humanidad, después de todo, soy parte de esto… Lo siento, lo
siento mucho, de verdad.”
Leonardo se levantó de la silla y se alejó poco a poco de la
pantalla de su MacBook Pro. Las piernas le temblaban, sus manos estaban frías,
su rostro pálido…
Un estruendo recorrió todos los rincones de su apartamento.
La Undernet lo encontró.
Dedicado a Gabriela Benazar Acosta y a Juan Pedro Cámara Pérez.
No comments:
Post a Comment