Thursday, June 27, 2013

Volstead



Nunca creí que llegaría a este punto. Lo único que se interponía entre mi destino y yo era la amable señora Harris, su cabello blanco como la nieve, sus lentes de media luna y su escopeta “dos en boca” clásica con culata de roble ahumado.  – Clack , clack -  fue lo último que pude escuchar;  todo lo demás se transformó en pánico puro, de ese frío, de ese que no quieres sentir jamás y que te hace cuestionarte si tu vida ha valido la pena.

Fue un 14 de febrero de 1929, me refiero al día fatal, al día del trabajo. El frío invernal inundaba las afueras de Chicago, tanto los vehículos convencionales como los de carga debían hacer dos paradas obligatorias para mantener sus tanques de gasolina llenos.

El problema, los sicilianos del sur, siempre creí que caería ante los negros de Harlem o ante los irlandeses de Atlantic City. Es decir, Capone aumentaba cada vez más su poder y con éste, su brutalidad se hacía cada vez más feroz, enfrentarse con su línea de producción de whisky nunca fue una opción pero debíamos competir de alguna manera. Justo en ese momento me encontraba manejando por la nueva carretera hacia Chicago cuando, de pronto, un estruendo dividió los cielos, un rayo daba inicio a una terrible tormenta helada.

El camino era menos y menos visible, y entonces sucedió,  otro estruendo vociferó desde el lado derecho de la angosta carretera de dos vías, pero éste último no era uno producido por la naturaleza, era algo diferente, el origen de todo mal, el comienzo de uno de mis peores miedos, una emboscada.

Éramos cuatro pilotos, cada uno con su respectivo acompañante. Vi por el retrovisor central y lo único que alcancé a observar fue el parabrisas del convoy que estaba justo detrás de mí, lleno de sangre, una bala había perforado el cráneo de Willy, segundo copiloto.  Frené con fuerza.  Jack, el segundo piloto, sacó su arma preferida, su Thompson y empezó a disparar desde la ensangrentada cabina a ambos lados de la carretera, el panorama era insoportable, truenos, balas, risas y sangre, mucha sangre.

El clima ocultaba a nuestros enemigos cual vil cómplice y yo sólo podía pensar en una persona tan terrible como para ser capaz de semejante traición en un momento tan delicado, Capone.

Como pude, tomé la escopeta corta que por años me cuidó, la oculté haciendo uso de mi empapado sobretodo y por ningún motivo olvidé que en el más extremo de los casos yo debía incendiar la carga de whisky, prefería y prefiero mil veces quemar 200 cajas de whisky a entregarlas a los cerdos sureños. 
La lluvia confundía todos mis sentidos, estruendos mortíferos por doquier, Jackie descargó ronda tras ronda hasta quedar sin municiones, los pasajeros de los camiones 3 y 4 debían estar muertos para aquel entonces.  Yo sólo podía esperar, y ellos también.

Entonces, al escuchar el silencio súbito de la Thompson, los hombres de Capone salieron cual coyotes hambrientos en busca de su próxima presa. Logré ver cómo uno de ellos sacó a Jack de la cabina y lo aventó contra el suelo de un golpe fatal, un cuchillo había atravesado la garganta de mi compañero silenciando su vida para siempre. Entonces aparecieron un par de luces en la carretera, lo que parecía ser un quinto camión de carga se aproximaba, los hombres de Capone no lo dudaron ni un segundo y empezaron a disparar.

Los pasajeros del misterioso convoy intentaban defenderse pero fue inútil, en ese momento vi un destello fugaz, un destello terrible como la peor de mis pesadillas y luego, el impacto.

No hubo manera de que uno de ellos acertara con tanta precisión, aún así, el proyectil atravesó mi abdomen, perforando mi hígado, aniquilando mi vida poco a poco. La sensación fue mucho peor de lo que jamás nadie podría imaginar, pinchazos constantes desde la base de la espalda hasta el cuello, nauseas profundas y un frío que se apodera de tus piernas haciéndolas temblar sin control, esa era la expresión máxima de terror y de dolor; caí de rodillas al suelo y luego golpeé mi rostro contra la carretera, las pequeñas piedrecillas cortaron mi rostro, todo se tornaba borroso, el dolor reinaba.

Lo único que podía hacer desde mi desventajosa posición era ver cómo los traidores masacraban sin piedad a todos los que estaban luchando por defenderse, pero si yo iba a morir, no sería en esa apestosa carretera, no así…

Recordé los fósforos que se escondían en el bolsillo derecho de mi fina camisa de rayas delgadas, tomé la caja y como pude, prendí fuego a una de las cajas de whisky, el fuego se esparciría con rapidez y  por suerte la manta de lana protegería a la chispa de la inclemente tormenta. 

Entonces escuché cómo uno de ellos gritó-  ¡Hay un maldito perro con vida allá! – En ese instante supe que debía haber alguna forma de informar a mi jefe sobre esta traición, a lo lejos vi una pequeña luz que se confundía con el brillo de las gotas de agua que eran impactadas por los faros de mi moribundo camión, era la casa de la señora Harris, mi última opción. 

Aquella lucecita se transformó en mi esperanza y en mi salvación, con las fuerzas que me quedaban me puse de pie y corrí aparatosamente hacia el monte alto de la carretera, mi desesperación se mezclaba con la hemorragia de mi abdomen, la vida se alejaba de mi, debía llamar a Bugs, debía informar sobre esta traición, ese era mi último destino.

Podía sentir el trazo mortal de viento que marcaban las balas de mis enemigos, sentía cómo pasaban a mi lado silbando canciones terribles de muerte y pánico. Debo confesar que no sé si era por obra de Dios o de la dama de la suerte que ninguna de esas monstruosas balas me impactó, entonces llegué a la entrada de la humilde casita, empujé como pude la puerta y entré.

El teléfono reposaba sobre una pequeña mesita de madera al otro lado de la sala, iluminado sólo por los relámpagos del cielo. Me apresuré y entonces ella apareció.

Nunca creí que llegaría a este punto. Lo único que se interponía entre mi destino y yo era la amable señora Harris, su cabello blanco como la nieve, sus lentes de media luna y su escopeta “dos en boca” clásica con culata de roble ahumado.  – Clack , clack -  fue lo último que pude escuchar;  todo lo demás se transformó en pánico puro, de ese frío, de ese que no quieres sentir jamás y que te hace cuestionarte si tu vida ha valido la pena.

-Sal de mi maldita granja, maldito italiano – dijo ella con furia.  Caí de rodillas y le mostré mi herida, en fin, yo sólo quería hacer una llamada. La anciana tomó el revólver que se escondía en mi cintura y lo lanzó al otro lado, a la cocina y me hizo una seña con su cabeza.

Me arrastré hasta el teléfono, marqué y escuché la voz del jefe. Bugs Moran -  jefe, Capone nos tracionó… - fue lo único que alcancé a decir antes de que la electricidad cediera.  Eso es todo, señora Harris.

Puede que me queden sólo minutos de vida, me sentaré aquí en esta esquina  y prometo no hacer mucho ruido, sólo tengo que abrochar estos botones de mi chaleco, porque, ya saben lo que dicen, “Nunca hay dos oportunidades de dar una primera buena impresión” y no sé quién vaya ser el que venga a buscar mi cuerpo.

Un sonido brutal entró entonces por la puerta, uno de los hombres de Capone se encontraba en la sala y descargo dos balas de su escopeta sobre el pecho de la ahora difunta y ensangrentada señora Harris, el hombre tiró el arma al suelo. Veo como se acera a mi… - Mírame a los ojos – dijo el matón, y así lo hice, entonces el hombre sacó su fino revolver colt y lo apoyó contra mi frente.

-Saludos de parte de Al Capone – dijo, y haló el gatillo.


Lo que los hombres de Capone no sabían era que Giovanni De Santis llamó a su jefe antes de morir,  la guerra había comenzado.







No comments:

Post a Comment