Aún puedo escuchar la dulce melodía que entra danzante a mi
apartamento, por el lado derecho, deslizándose justo por el espacio que hay
entre la ventana y el marco de madera oscura. Por ahí, sólo por donde un
silbido sería capaz de escabullirse, por ahí por debajo de todas las
pesadillas.
El sillón de terciopelo rojo está, como de costumbre, vacío.
El suelo – también de una madera muy oscura – es firme, es antiguo. Y la
ventana, la única ventana que hay en ese apartamento, no posee cortinas, ni
adornos, ni una pizca de gracia, de hecho, esa ventana ha estado cerrada desde
que tengo memoria, nunca me he atrevido a abrirla o siquiera a asomarme para
ver qué podría existir del otro lado.
La ventana me da miedo.
El televisor tiene tres grandes roscas, dos para sintonizar
y una para regular el volumen. Como podrán darse cuenta es uno de esos
televisores viejos de cajón, una reliquia que transmite a blanco y negro. Me
pregunto, ¿qué habrá del otro lado de esa ventana? Todas las noches, casi al
dar la media noche, empieza una melodía, una colisión de notas que se fusionan
con una armonía casi perfecta y que son mi compañía.
Mi madre solía decir que ese era Vincent,
del otro lado de la ventana, abajo en la calle con su saxofón. Eso y nada más.
La ventana sigue estando cerrada.
Una vez, la señora Harris vino de visita, esa señora de
cabello muy blanco y de lentes de media luna. Ella me dijo, susurrándome al oído,
que ella una vez se había asomado por la ventana y que lo único que había visto
era un banco, al lado de un farol que proyectaba una luz blanca. Eso y nada más.
La ventana no se ha movido.
En otra oportunidad vino Alcibíades y me narró la más
trágica de las historias, que este edificio había sido construido con una sola
ventana, con esa, que tanto me aterraba, porque afuera había una correccional donde
eran castigados los impunes y los pecadores, un sitio donde se llevaba a cabo
el castigo terrible de la silla eléctrica. Eso y nada más.
La ventana es siniestra.
Recuerdo también que en otra oportunidad vino de visita un
señor bastante de mayor cuyo nombre no puedo recordar – creo que su nombre era
Logan, o tal vez Robert. Él parecía un poco desubicado, un tanto nostálgico y
complejo, lo único que él pudo decirme es que del otro lado de la ventana lo
que había era un bonito parque en el cual le gustaba sentarse. Eso y nada más.
La ventana espera.
Creo que de todas las historias que he escuchado sobre “el
mundo más allá de la ventana” es la de Alice, la que más me impresionó. Alice,
esa mujer elegante y atractiva que pasaba de vez en cuando a hablar con mi
Madre, me dijo que del otro lado de esa maldita ventana hay un edifico, y que
en ese edificio vive un detective privado que resuelve casos de homicidio
terribles como los que leerías en una novela de Stieg Larsson. Eso y nada más.
La ventana me llama.
Tantos años han pasado, tantas historias han sido contadas…
Esa ventana sigue ahí. Las paredes se encojen con el tiempo, el techo cada vez
más bajo asfixia las ideas, cuestiona los dogmas. El sillón sigue siendo rojo y
de terciopelo; la cocina sigue estando sola, el televisor no ha logrado
transmitir a color y yo sigo aquí sentando frente a esa ventana.
Me acerco con cautela pero con los ojos cerrados, el suelo
chilla con cada pequeño movimiento que hago, las lámparas que cuelgan del techo
aguantan la respiración; los sueños se encuentran al borde de un colapso total,
mis manos tiemblan; sudor frio corre por mi frente pero mis pies siguen
avanzando… Apoyo mi mano derecha sobre el frio y húmedo marco de madera oscura;
pienso una o dos veces si debo o si no debo. En realidad, ¿Qué podría pasar,
cierto? Es sólo una maldita ventana.
Entonces abrí los ojos.
El mundo más allá de la ventana es fascinante, creo que
nunca podré entenderlo, pero escucha bien, debes prestar atención. Hace ya un
par de años me asomé por la ventana con grandes expectativas y un miedo aún
mayor, un miedo que es sólo comparable con el que sientes tú en este
momento.
Lo único que yo pude ver fue el rostro de un hombre
envejecido presa y víctima del miedo que paso toda su vida sentado frente a esa
ventana. El hombre parecía confundido, parecía aterrado y por sobre todo
parecía estar vivo.
Eso y nada más.
bonito texto
ReplyDeleteMuchas gracias. Y gracias por tu lectura. Feliz navidad.
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