Tuesday, August 9, 2011
Marioneta
No creo en la suerte, nunca lo he hecho, pero, que estés leyendo este relato, me intriga de sobremanera. Disfruto mucho los momentos de reflexión que tengo con mis camaradas, aquellos que ven y asienten felices mientras están sentados en sus sillitas rojas, ya sabes, las viejas del teatro municipal. Aquel que fue clausurado en 1765 por el gran incendio.
Las tablas han sido mis confidentes, el telón mi verdugo. La verdad es que la vida en el teatro es muy placentera, pues puedes gozar de las experiencias de otros, de los personajes, me refiero. Actuar de aquí para allá me hace feliz, no soy yo, soy alguien más. La pregunta, querido lector es: ¿quién eres tú?
Fue una noche de diciembre, recuerdo, sí, la de mi cumpleaños número 78. Por supuesto esa noche me presentaría en el teatro municipal, haría mi grandioso número de títeres, mi grandioso número de despedida. ¿Qué puedo decir? Me hice famoso creando marionetas; no es un arte sencillo, debo admitirlo, pero, es muy gratificante ver los rostros felices de los que compran el boleto para ver mi humilde acto.
Durante mucho tiempo me dediqué a tallar las muñecas de madera que me sirven de modelo para obtener las distintas personalidades de mis protagonistas. Navaja en mano comenzaba a imaginar cómo sería ese nuevo ser, ese nuevo personaje; me deslumbraba con las líneas de Shakespeare para que ese nuevo títere fuese reflexivo y complejo de pensamiento; me enamoraba con las palabras de Neruda y surgía una marioneta apasionada y trémula con fuertes convicciones en el amor, como ves, no fue sencillo, pues cada uno de mis personajes tuvo su propio mundo, su propia convicción.
Poco a poco fui interesándome en crear nuevas y mejores historias para presentarlas en el teatro, la audiencia nunca me defraudó, me acompañaron en las buenas y en las malas. Te digo con firmeza que llegó un punto en el que creí que mis títeres, mis camaradas, tenían vida propia. Me hablaban de cosas grandiosas que ocurrían en el mundo de los hilos de nylon, me decían que no había que preocuparse por la muerte y esas cosas, yo los escuchaba, sabía que no eran reales, que eran simples figuras de madera y yo un loco apasionado del teatro, del teatro municipal.
Esa noche de diciembre tenía planeado un número sin igual, presentaría a todas mis creaciones sobre el escenario, les daría las gracias por su apoyo y, por primera vez abandonaría las tablas para sumarme al público y aplaudir por el éxito de esos grandiosos caracteres. Así mismo me preparé detrás del gran verdugo rojo, trataba de escuchar los comentarios de los citadinos, quienes, ansiosos esperaban por ver el desenlace de mi carrera, aún así, no podía escuchar nada.
Me aproximé al telón y éste se abrió, revelando mi presencia a los espectadores, saludé, hice reverencia ante ellos y con hermosas palabras presenté a mis personajes. Yo sólo tenía que mover esos plateados hilos de nylon para que dijeran sus líneas, para que expresaran sus pasiones, sus creencias. El público, nostálgico, se notaba inmóvil sobre sus sillitas rojas, la emoción era elevada, y el tiempo se agotaba, el final estaba cerca.
Una vez concluida la presentación, hice lo prometido, le dije a mi público que me bajaría del escenario y los conocería a cada uno de ellos. Y así lo hice, bajé de las tablas por primera vez en mi vida y me acerqué a la graciosa señora del sombrero de plumas azules y le dije: - ¿Es usted seguidora de mis actos? – pero no hallé respuesta, creí que posiblemente estaba tan conmovida por lo que había presenciado segundos atrás que no podía ni pronunciar unas simples palabras, así que decidí ir un poco más hacia el centro del público y me topé con un caballero muy elegante que utilizaba sombrero de copa y le pregunté: - ¿ Disfrutó usted de mi acto? – pero no hallé respuesta alguna, el impacto de mi última presentación había sido estupenda, - les robé el habla- pensé.
No iba a salir del teatro municipal sin tener aunque sea una opinión, una crítica, así que me acerqué a un pequeño niño que estaba muy cerca de la salida del teatro, éste me conmovió muchísimo porque era inválido, muy pequeño y sin un brazo, pobre criatura. Me acerqué y le pregunté: - ¿Te gustaría ser titiritero cuando crezcas, pequeño? – pero no hallé respuesta alguna, algo malo estaba pasando, pero, no sentía miedo, no lo sentí jamás.
Lo único que podía hacer era salir del teatro por primera vez en mi vida, después de 78 años de trabajo. Caminé con un paso un poco acelerado hacia la salida y justo cuando estaba a punto de salir, sentí un jalón impresionante que me derrumbó al piso y me hizo tropezar con varios de los que cerca de la salida se encontraban – disculpen, soy un viejo torpe – les dije, pero no encontré respuesta alguna. Parecían estar petrificados o, peor aún, muertos.
Corrí de aquí para allá buscando a alguien con vida, pero todos estaban paralizados, no entendía qué estaba sucediendo hasta que, un segundo jalón, me llevó por los aires de nuevo hacia el escenario, caí de manera rotunda sobre mis amadas tablas pero no sentí dolor alguno. Fue entonces cuando vi hacia el techo inexplorado de mi amado teatro municipal y lo que vi fue lo más aterrador que he visto en mi vida. Hilos de plata que caían desde una eterna bóveda oscura que se posaba sobre mi cabeza, atados a mi espalda, como si yo… como si yo hubiese sido durante toda mi vida, una marioneta.
“La pregunta querido lector es: ¿Quién eres tú?”
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