Hace no mucho tiempo existió un reino de fuego cubierto por una enorme nube de sus propias cenizas. El reino ardía con pasión y se dice que era gobernado por fantasmas titánicos de eras que ya habían sido.
Entre los hombres y mujeres que habitaban el reino existía,
por supuesto, una reina y ella tenía dos hijos, dos herederos pero ella no
sabía que era reina y sus hijos pues no sabían que eran herederos; no los culpo
ni los señalo, yo tampoco lo sabía.
Tantos años sin poder vernos los uno a los otros, sumergidos
en el océano negro de cenizas, de mentiras, de proyectos en llamas. Tantos años
moviéndonos entre las sombras con nuestros camuflajes de ramas secas. Tantos
años…
Aquel día, como de costumbre salí de mi humilde casa para
intentar atrapar alguna alimaña que sirviera de cena para mí y para los míos.
Sé que fue un poco imprudente de mi parte pues los caminantes sin sentido de lengua
larga y ojos inexistente andaban por los caminos devorando a los niños con sus
sueños; y los gigantes pisoteaban con fuerza los restos de las aldeas; y los
demonios andaban sueltos entre risas y llanto incendiando cada vez más al reino
de fuego.
Fue entonces cuando sucedió.
Una silueta emergió de la oscuridad, su silueta se dibujo
irónicamente sobre el lienzo negro que era nuestro aire y empezó a caminar
hacia los peligros.
No podía entender lo que sucedía pues el hombre – a diferencia
de todos nosotros – ya no tenía su camuflaje de ramas secas. Caminó paso a paso
junto a los caminantes de lenguas largas y ojos inexistentes, juntos a los
gigantes, junto a los demonios y fue encarcelado en la prisión más tétrica pero
justo entonces un rayo de luz blanca cruzó como relámpago de tormenta los
caminos y las veredas. La luz era bonita, era constante y baño todo y a todos.
Nuestro camuflaje era inútil ya pues el rayo ponía al
descubierto tanto nuestros cuerpos como a nuestras ideas.
Empecé a caminar.
Todos empezamos a caminar.
Pasamos por encima de las rocas del pasado, cruzamos los ríos
de sangre y escalamos la montaña de todas las mentiras. ¡Cuál sería mi sorpresa
al encontrar a este hombre sentado, tranquilo como si hubiese sabido lo que
estaba haciendo! Como si de hecho nos hubiese estado esperando.
Le di las gracias, me acerqué y le susurré al oído la verdad
que él sabía y que ahora era evidente.
“Esta prisión tuya no está hecha de otra cosa más que de
cenizas…”
Abrí los ojos.
Su voz sonaba con fuerza. El video estaba siendo reproducido
en la habitación de al lado. Era la voz de “El valiente” como me gusta llamarlo,
alentándonos a seguir caminando, a seguir su rastro, a seguir su ejemplo y a detener el incendio que cubre a este reino
que llamamos nuestro hogar.
Un humilde homenaje a un verdadero héroe, Leopoldo López.
Simplemente me encantó, José.
ReplyDeleteGracias por tu lectura, Fa. Es un verdadero honor que te haya gustado.
ReplyDeleteSeguimos juntos, seguimos hacia adelante.
Excelente texto!
ReplyDeleteMuchísimas gracias por su lectura y por su opinión sobre el texto.
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